Edgar Degas, La familia Bellelli.
Antiguamente después de comer, cuando la mujer y las hijas levantaban la mesa, todos se sentaban alrededor para ‘gozar de los placeres familiares’. Estos placeres consistían en que el pater familias se dormía, su mujer cosía y sus hijas pensaban en la muerte o en vivir en Tombuctú. No se les permitía leer ni abandonar la estancia, porque, en teoría, el padre hablaba con ellas, y esto era un placer que afectaba a todos. Si tenían suerte, acababan por casarse, y por tener la posibilidad de dar a sus hijas una juventud tan triste como había sido la suya. Si no tenían suerte, se convertían en solteronas y terminaban a veces siendo señoras pobres, el destino más terrible que se le podía ocurrir a un salvaje para sus víctimas. Hay que tener en cuenta este enorme fastidio al pareciar el mundo de hace cien años, y si retrocedemos más hacia el pasado, todavía el fastidio es mayor. Imaginémonos la monotonía del invierno en una aldea medieval. La gente no podía leer ni escribir, no tenían más que la de las candilejas para alumbrarse, el humo del hogar llenaba la única habitación que no estaba completamente fría. Los caminos eran impracticables, así que apenas se veía a la gente de otros pueblos. Probablemente el aburrimiento influyó más que nada en la costumbre de cazar brujas, como el único deporte que podía alegrar las noches invernales.
(…)
El deseo de liberarse del aburrimiento es natural; de hecho, todas las razas humanas han procurado hacer lo mismo cuando les ha sido posible. Cuando los salvajes probaron por primera vez el licros de los blancos, encontraron, por fin, un escape al antiguo tedio y, excepto cuando intervino el gobierno, bebieron hasta morir de embriaguez desenfrenada. Las guerras, las matanzas y las persecuciones han constituido una parte de la lucha contra el aburrimiento; las mismas riñas de vecinos no tienen muchas veces otro objeto que pasar el rato. El aburrimiento es, pues, un problema vital para el moralista, pues lo menos la mitad de los pecados de la humanidad han sido cometidos por huir de él.
El aburrimiento, sin embargo, no debe considerarse como completamente perjudicial. Hay dos clases de aburrimiento, de las cuales la una es provechosa y la otra embrutecedora. El aburrimiento provechoso procede de la ausencia de drogas, y el embrutecedor de la ausencia de actividades vitales. Yo no estoy dispuesto a decir que las drogas no desempeñan un papel importante en la vida (…) Una vida con demasiadas excitaciones es una vida agotadora, en la cual son necesarios estímulos cada vez mayores para producir la emoción, que es parte integrante del placer.
Igual es que las manifestaciones del Foro de la familia tienen ese motivo: salir de casa para evitar el aburrimiento y así no dejar que se derrumbe tan sublime estructura social.
Lkan, Aburrida de estar tan salida.
[audio:http://www.goear.com/files/sst4/a4eb299ae8f466c5c4db8b85dcf1371d.mp3]